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México obtuvo una vergonzosa derrota

Honduras y su verdugo Costly escriben el segundo Aztecazo, 2-1 que deja callado al Coloso. Se lleva el botín completo del Estadio Azteca: los tres puntos, la posibilidad de clasificar, la zalea del Chepo de la Torre.

Y Honduras se lleva una victoria histórica ante 104 mil aficionados dolientes, decepcionados, que despidieron al Chepo con toda clase de insultos y pidiendo su salida con el ya recurrente, desde hace varias semanas: "Fuera Chepo, fuera Chepo".

La clasificación al Mundial de Brasil queda condicionada. El boleto parece lejano, más lejano que nunca: quedan nueve puntos por disputarse, dos de ellos en visita, ante EEUU y Costa Rica, y recibiendo a Panamá en un Estadio Azteca que ya no tiene peso.

Honduras fue de dos caras. Tímido, precavido, agazapado en la primera mitad. Para la segunda parte, Luis Fernando Suárez, mete a Jerry Bengston y suelta la jauría con el cometido y lo consiguió destrozar a México.

Para el Tri, lo patético es el balance: de 12 puntos disputados en el Estadio Azteca, sólo ha ganado tres.

LA ILUSIÓN...

México encanta, hace promesas, esas mismas que después sería incapaz de sostener con honor y con futbol.

El gol de México es un apareamiento fascinante del artista y el ejecutor.

Giovani hurta, enfila, despega, con toda la potencia de su biotipo brasileño. Inalcanzable. Llega fresco al área. Valladares lo desafía al remate. Gio quema la estatua de sus egos y obsequia la gloria. Intuye, entrega. Y el balón es una cita a ciegas perfecta. Oribe Peralta aparece, anticipa la marca y empuja. 1-0. Minuto 6.

El Azteca se cimbra. Auténticamente. Se estremece. Como si los 104 mil microsismos del éxtasis se apoderaran de sus entrañas. México anota por fin en su fortaleza en este Hexagonal Final. Rompe maleficios. Reinstala respeto. La casona de fantasmas quiere volver a ser la casona de los tormentos.

Honduras quiere reaccionar. Un zapatazo del Muma causa dolor en la zaga, pero no causa daño. Muere en el limbo detrás de los anuncios.

Los catrachos equilibran el juego por momentos, pero México aprieta en la recuperación y quien sorprende con dureza, fuerza y viveza, en el ocaso de sus agilidades, es Torrado con la sociedad de Arce, aunque el cruzazulino, después de cuatro faltas consecutivas, a los 22, ya merecía la amarilla.

El gol deja un beneficio colateral al Tri. México hacía el gasto físico en el inicio. Ahora es Honduras quien hace recorridos largos. La persecución de la pelota es más intensa. Arrecian, recorren más metros, y agregan a su esfuerzo, la desesperación.

Y México parece una maquinita impredecible. Recorridos, relevos, cruzamientos, cambios de ritmo y de perfiles por parte de Gio, Reyna, Chaco y hasta Arce, desquician a los hondureños.

Tanta movilidad enerva a los catrachos, quienes confundidos terminan persiguiendo rivales, desflorando caminos, e incluso al Muma le sale muy económica su reciedumbre extrema, al sólo cosechar amarilla tras el golpeteo perverso sobre Oribe Peralta.

El primer tiempo cae en el sopor. México desafía a que Hondura intente, se atreva, rompa filas y busque situaciones de gol, pero las reacciones catrachas son apenas esfuerzos individuales con fallidas paredes largas con ventaja para la anticipación de los mexicanos.

Así, el juego decae. México deja de elaborar futbol y se apoltrona a salidas largas que no le benefician. Uno tira el anzuelo y se arma de paciencia, pero el de enfrente le responde de la misma manera. La emoción languidece entre bostezos hasta cerrar el primer tiempo, en el cual Jesús Corona se entumece de inactividad, aunque México, realmente, dominando sólo sumaba dos aproximaciones reales de gol.

SIN PRISAS...

Jerry Bengston es la carta que juega Luis Fernando Suárez en el arranque. Saca a Nájar, pero también hay una transfusión de rabia, y Honduras finalmente rompe su caparazón, sometiendo en los primeros minutos a México.

La primera reacción del Chepo es sacar a Chaco Giménez, en una noche incompleta, y entrega el compromiso a Andrés Guardado, que empieza a ayudar a apretar la marca, a cerrar caminos y forzar jugadas laterales. Sí: México gana en la protección, pero no en el despliegue.

Pero súbitamente, se presentan lamentables errores defensivos. Y ambos generados en el concepto, por el recién ingresado Bengston.

Primero, Carlos Salcido despeja torpemente. Costly recupera, gira y dispara. Jesús Corona se embarra los guantes de titubeo y entrega la pelota a la llegada de Bengston. 1-1.

Silencio, sepulcral, total en el Estadio Azteca. Alguien en Córcega debe sonreír maliciosamente. Se llama Guillermo Ochoa.

Ojo, Honduras, un equipo presuntamente sin gol, termina sentenciando en tres minutos el marcador.

Y ese 1-2 lo firma Carlo Costly, esta vez en una distracción y titubeo de Diego Reyes, quien cruza con un balazo a Jesús Corona.

Y la tribuna del Estadio Azteca, y la banca de México, se colapsan. En estado de coma, mientras los hondureños, una minoría, celebran el exorcismo de sus propias dudas.

Y México se desliza aún más profundamente en el desorden, en la desesperación, en el caos, en la desconfianza, y de nuevo víctima de sus propios miedos, que le impiden definir dos posibilidades inmejorables con Reyes y Aquino, cuyo disparo muere en el poste, mientras la tribuna corea largos oles burlándose de su propia selección, información de espn.